Una ficción
Dame tu
vida pajarito, dijo.
Pero a
cambio de qué, señor, le contesté.
Te doy
esta libreta, un bolígrafo nuevo,
silencio y soledad.
Y si mal no recuerdo, yo no dije ni pío;
pero ya nada más
miro los cuatro rumbos desde entonces,
no puedo recordar por cuál salió volando.
Matsuo Basho cuenta las sílabas del
Popo
El maestro Basho
y yo bajábamos a pie por la ladera este del Popocatépetl. Él practicaba la pronunciación.
Yo: El Popo. Yo: Don Goyo.
No es lo mismo
una mora que una de tus sílabas, el maestro decía. Ya se verá si son las cinco del
primero o del último verso. Ahora que bajemos,
fíjate si hay un
kigo entre las cosas al alcance: las tunas cardonas o las verdes, el orégano en
rama, la boñiga de vaca, no, no, su vapor o el mugido.
La fumarola, yo
pensé, la fumarola, su año incalculable, como en la rana y el estanque, en el
ruido del agua.
En el Fuji sí hay
nieve todo el año, dijo.
Entonces fue que
quizás lo empujé por la barranca. No gritó, no hizo aspavientos, ni se quejó al
caer.
Diálogo entre un hijo y su padre reencarnado
en pájaro
En vida no, ni pío, ni la o
por lo redondo; pero
desde que se murió comenzó a saber cosas
de la teoría y la práctica del vuelo. Todo tiene un
principio
y al principio
daba redondos tumbos por encima del barrio.
Enredado en los cables de luz y del teléfono,
rajándose su pico contra los negros tinacos de las
aguas.
A veces tan solito. A veces
en escuadrón parvada —casi siempre a la cola de
veloces
gorriones, aprendió mal que bien
a colarse por la rendija colorada del crepúsculo.
Poco a poquito bajaba grácilmente, en círculos
calcados de la golondrina. A la hora de lavar los
platos
venía a posarse en el pretil de la ventana, junto
al fregadero.
Una vez
vencí el miedo y lo invité a pasar, entró de un
aleteo,
derechito a mi índice, livianito y atento.
Yo fui quien rompió el hielo:
—Dime, papá, como le hiciste para aprender
esas
gracias de pájaro.
—No fue nada difícil comparado con lo que cuesta
andar,
hablar sin desdecirse
y
leer de corrido. Lo difícil fue caer en cuenta
que
vine a dar a este mismo mundo
y
saber otra vez que esta fue tu casa,
me
tardé una docena
de
vidas de los pájaros; pero, no te quiero inquietar,
ahora
que estoy muerto como señor diabético que fui
y
vivo como pájaro, todos los hombres de la tierra son mis hijos.
—Ven, ven, le dije,
quédate
nada más por hoy a dormir
en
esta jaula de perico.
Dio tres saltitos, se metió
y ya no lo dejé salir,
hasta que pague las que debe.
Nubes
Después ya no se
supo cómo, ni por qué.
Las nubes se
quedaron quietas, ahí, equidistantes.
Como
un escuadrón, a la espera de la orden, de un rompan filas que debería dictar
algún sargento nube.
No se
las llevo el viento, ni las hizo desaparecer un mago. Se fueron haciendo chiquitas; ahí, equidistantes.
La
última vez que las vi parecían pelotas de ping pong, huevos de codorniz
o caspa nada más en los hombros del
cielo; a la distancia
no sabría
decirlo.